La ceiba gráfica: una comunidad

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La Ceiba Gráfica es una Art Workshop, un taller de artes plásticas muy potente en litografía. ¿Por qué ocuparnos de ella en un suplemento sobre el campo? No sólo porque están en La Orduña, una ex hacienda cañera y luego azucarera; no sólo porque tienen una huerta de café y siembran kozo, un árbol japonés cuyas fibras sirven para hacer papel; no sólo porque en su infancia el fundador, Per Anderson, convivió en Suecia con campesinos y ya en México fue por siete años campesino él mismo; no sólo porque su director ejecutivo, Rafael Ruiz, convivió con comunidades indígenas en la sierra de Puebla; no sólo porque aspiran a ser ambientalmente sustentables y al autoabasto de sus insumos… por todo eso pero también, y sobre todo, porque pensamos que los campesinos no son sólo agricultura sino un modo de vivir y pensar, un ethos que va más allá de sus parcelas. Y en La Ceiba encontramos un indudable espíritu campesino. Su estilo, su modo de hacer, su paradigma son los de una comunidad rural, una de las buenas. Por eso hoy dejamos hablar a Per, a Rafa, a Thomas, a Laura, a Felisa, a Josimar, a doña Marce y también a Francisco que les fabrica las máquinas.

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Una enorme y frondosa ceiba sembrada desde mediados del siglo XX establece el punto de acceso a la edificación de La Ceiba Gráfica. Pero también es una metáfora vegetal: sus raíces son los oficios que allí se practican; su tronco encarna los principios: la filosofía holística, ambientalista, anticapitalista y sustentable que se respira en este lugar; sus frutos son todo lo que ha nacido aquí desde su fundación hace 11 años: talleres, cursos, exposiciones, producción casi artesanal de maquinaria y materiales para la gráfica y cientos de obras del arte. Y por supuesto, la gran ceiba representa el renacimiento y florecimiento de la litografía hecha en México.

La Ceiba Gráfica está asentada en la comunidad de la Ex Hacienda de La Orduña, en el municipio de Coatepec, Veracruz; cuenta con una superficie de una hectárea –dentro de lo que fuera una hacienda latifundista con orígenes desde 1547, que llegó a rebasar las seis mil hectáreas–, y se inauguró formalmente el 21 de marzo de 2005 como resultado de gestiones de un grupo de artistas para obtenerla en comodato y fundar allí un proyecto de producción de la gráfica que trascendiera a los talleres individuales y al consumo sólo de insumos ofrecidos por el mercado, y que permitiera el goce del arte en comunidad y la compartición de conocimiento.

En el libro La Ceiba Gráfica. Una década de arte comunitario y sustentable (editado por Conaculta, Fonca, La Ceiba Gráfica, Universidad Veracruzana e Instituto Veracruzano de la Cultura en 2015), Esther Hernández Palacios relata:

“No solamente era un edificio amplio, bien iluminado, en buen estado de conservación, cercano a Xalapa y a unos pocos minutos de la cabecera municipal, sino que en su frente, como un hado protector, se erguía —magnificente— una frondosa ceiba. Por si fuera poco, era propiedad del gobierno estatal y estaba en desuso. Per Anderson, con el apoyo de Francisco Toledo, se había ocupado de diseñar carpetas, convocar a reuniones, charlas y tertulias para convencer a la comunidad cultural de Xalapa y de la región de las bondades de su proyecto y de sus logros, hecho que fue decisivo para convencer al gobernador Fidel Herrera de cederla en comodato.

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Equipo humano de La Ceiba Gráfica FOTOS: Tomadas del libro La Ceiba Gráfica. Una década de arte sustentable y comunitario

“A Per se unió Martín Vinaver, artista especializado en las técnicas del grabado japonés, quien ha sido un lazo fundamental en la relación con Toledo, constituyendo así, y atendiendo a la recomendación de algunos amigos —entre los que me cuento— una asociación civil: Artistas Veracruzanos Bajo La Ceiba”.

Todo aquel que conoce La Ceiba Gráfica califica el lugar como “un paraíso”. Parte de la razón está en el entorno. Coatepec es reconocido por su producción cafetalera y su vegetación desbordante, debida a las lluvias que caen allí la mayor parte del año. En la región hay bosque mesófilo y se aprecian las montañas: el Pico de Orizaba y Cofre de Perote. Los alrededores de La Ceiba son de plantíos de caña, de platanares, naranjales y cafetales. En las instalaciones de la propia Ceiba hay producción de café que sirve para el autoconsumo; también hay frutales encaminados a elaboración de mermeladas.

Pero el lugar maravilla también por la filosofía de sustentabilidad que se impone en todo. Rafael Ruiz, director ejecutivo de La Ceiba, dice en un texto que firma en el libro: “El cuidado del medio ambiente es otro punto crucial: se busca mayor control sobre los insumos utilizados, valorar su origen, conocer la forma en la que son procesados y ser cuidadosos en los procesos locales de transformación. En La Ceiba Gráfica, el trabajo artesanal implica el equilibrio del hombre y su hábitat. Por ello, se tiene presente que la recuperación de procesos antiguos requiere la adaptación, de forma que su uso sea viable y ambientalmente amigable”.

Y es que en La Ceiba, como podrá observarse en los textos de este suplemento, la maquinaria y equipo, como prensas y rodillos, las tintas, el papel y hasta las sillas y mesas son hechas allí mismo, o según sea el caso, reparadas o rehabilitadas. La gran, gran prensa litográfica de Per Anderson –que él fabricó en un tamaño acorde con sus sueños– fue la pionera en toda una serie de máquinas, herramientas e instrumentos que se usan en La Ceiba Gráfica y que también se venden a otros talleres. Las invenciones, adaptaciones, experimentación y descubrimientos están aquí a la orden del día.

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En los talleres de La Ceiba se han construido las prensas y el resto de los utensilios necesarios para la producción litográfica de alrededor de 40 centros de artes gráficas ya existentes o que se han fundado recientemente en diversos estados del país.

“No es casualidad que la labor de La Ceiba Gráfica se concentre en el desarrollo de técnicas gráficas tradicionales, porque éstas favorecen el trabajo colaborativo y se vinculan con otros oficios, como la encuadernación y la impresión de tipos móviles, históricamente ligadas al desarrollo tecnológico de alternativas para la reproducción de imágenes. Así, el proyecto hace confluir lo artesanal, lo tecnológico, lo artístico, lo científico, lo estético, lo funcional, la producción, la conciencia social y la responsabilidad ambiental […] Y se considera fundamental develar la génesis de los objetos —tinta, papel, grabado o libreta—, que cada uno de ellos hable del origen, la extracción, la transformación y la tradición de sus materiales”, dice Rafael Ruiz en el texto ya citado.

Desde que comenzó a operar y hasta ahora, en La Ceiba se desarrollan trabajos de rehabilitación. Lo primero fue la limpieza intensiva, el desmalezado de áreas para jardines, la instalación eléctrica y de drenaje, la impermeabilización, el retiro de techos de asbesto y más, dado el deterioro que presentaba la hacienda. La Ceiba se fue habitando con equipo de litografía que llevó Per Anderson, equipo de grabado que llevó Rafael Ruiz, por sillas, mesas, armarios, cabeceras, burós diseñados y realizados por el propio Per y Martín Vinaver. El mencionado libro dice “El taller de carpintería fue fundamental en esta primera etapa ya que permitió solucionar, de manera interna, innumerables necesidades cotidianas, evitando recurrir a la compra de mobiliario y equipo”. Hoy mismo esa carpintería –para amueblar el pronto listo Museo vivo del papel- la realizan per y el escultor-papelero-carpintero Thomas Strobel.

La arquitectura de la casa se remonta a principios de siglo XX. Después de varias remodelaciones, el edificio original tuvo dos plantas, largos pasillos, 22 habitaciones, cocina tradicional, sala, comedor, dos cuartos de servicio, cinco baños completos, terraza, alberca, dos patios y amplios jardines. Hoy, con una hectárea de extensión, posee varias construcciones en su interior: la casa principal, una antigua cochera, bodega y la edificación donde se encontraba el beneficio de café. Además cuenta con un cafetal de un cuarto de hectárea, con plantas de naranjo y platanares. El árbol de la ceiba, señala el libro, es enorme, “da sombra en días calurosos y sirve de barrera contra el viento cuando hay chubascos”.

Los talleres se imparten en la planta baja, junto a la galería, la tienda y la oficina, mientras que en el primer piso están la cocina y las habitaciones del área de residencias. En la cochera se está construyendo el Museo vivo del papel. “Una señorial escalinata central conduce a la segunda planta del edificio, donde se encuentran las habitaciones que alguna vez recibieron a grandes personalidades, como la poetisa Gabriela Mistral. Incluso el autor Carlos Fuentes cuenta que sus padres ahí lo concibieron en una visita que realizaron al lugar. Ahora tales habitaciones sirven de residencia temporal para artistas, estudiantes e interesados en realizar una estancia de producción o aprendizaje artística”. Esas habitaciones fueron intervenidas con elementos que reflejan su espíritu. “Por ejemplo, las paredes fueron decoradas con la técnica de esténcil, generando patrones a partir de la repetición de una forma a manera de tapiz, lo que demuestra la aplicación utilitaria de la gráfica”. Asimismo, “en los pasillos y habitaciones puede admirarse una selección de estampas realizadas a lo largo del tiempo en los talleres. Todos estos elementos reflejan, en su conjunto, el ingenio y el gusto artístico de sus fundadores, que en combinación con los luminosos espacios de techos altos y la bella naturaleza que rodea el edificio crean una atmósfera propicia para la contemplación y la creación artística”.

En La Ceiba han vivido y creado por temporadas más o menos largas artistas mexicanos pero también de Australia, Canadá, Dinamarca, Suecia, Argentina, Italia Chile, Francia, España, Indonesia, Brasil y Colombia. Suman casi cien artistas que realizado obra en coedición con La Ceiba, entre ellos José Luis Cuevas, Arturo Rivera, Rubén Maya, Patricia Córdoba, Édgar Cano, Jimena Ramos, José Castro Leñero, Daniel Berman y Alec Dempster.

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“Gracias a sus acciones puntuales para la recuperación de la litografía en México, La Ceiba Gráfica es el principal espacio para el desarrollo de la gráfica a lo largo y ancho del territorio nacional, un referente para otros proyectos culturales independientes y un ejemplo de la capacidad organizativa de la sociedad civil para satisfacer necesidades culturales no cubiertas por las políticas gubernamentales o privadas”, dice Esther Hernández Palacios y agrega: “En este sentido, pueden enlistarse las siguientes actividades: promoción de la producción litográfica de bajo costo —uso de mármol mexicano y maquinaria e insumos de origen local—; fabricación y distribución de equipo litográfico; impulso a incontables ediciones litográficas de calidad internacional, y formación y especialización de impresores litográficos. Además, opera el único programa abierto de residencias de enseñanza y producción artística especializado en técnicas de gráfica tradicional, que es fundamental para la movilidad de artistas, estudiantes e interesados, así como para universidades, talleres y centros de enseñanza. En el panorama internacional, esta oferta formativa hace de La Ceiba Gráfica un punto luminoso para la consolidación teórico-práctica de la litografía”.

*La base de estos dos textos es el libro La Ceiba Gráfica. Una década de arte comunitario y sustentable (editado por Conaculta, Fonca, La Ceiba Gráfica, Universidad Veracruzana e Instituto Veracruzano de la Cultura en 2015).

Los avatares de la ex hacienda de orduña*

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Francisco de Orduña y su esposa

La historia cuenta que dado el éxito de las incursiones de Hernán Cortés en su conquista, muchos españoles establecieron cultivos de caña y producción de azúcar en Veracruz. Así lo hicieron Francisco de Orduña y su hijo Diego, quienes adquirieron la hacienda “que a la postre se conocería como Hacienda de La Orduña”. Luego el lugar pasó a manos de la familia Velázquez de la Cadena, quien lo mantuvo por tres generaciones, pero más tarde sus herederos la vendieron a Pedro López Gómez y a José Arias; la sociedad de ellos dos se disolvió en 1807 y Pedro López heredó la hacienda a sus dos hijas. Casadas con militares españoles cuando España se enfrentaba a los independentistas, las herederas se vieron obligadas a refugiarse en La Habana, Cuba, colonia que más tarde también perdió España. A distancia, dieron en arriendo la hacienda, la que al final de una cadena de apoderados quedó en manos de Rafael Delgado López, quien decidió vender la propiedad. Con el movimiento de Independencia la economía de las haciendas azucareras entró en crisis, provocando que algunas fueran abandonadas y otras arrendadas. Así, en 1849 la hacienda pasó a manos de José María Pasquel, hijo del español Francisco Mariano Pasquel y Melero, acaudalado hombre de negocios que ocupó varios cargos políticos en el ayuntamiento de la ciudad de Veracruz. Sus descendientes compraron los terrenos colindantes, con lo que aumentó 30 por ciento las dimensiones de la hacienda, que en 1876 alcanzó seis mil 82 hectáreas. Además los Pasquel invirtieron en mejoras del ingenio azucarero y en la diversificación de las actividades agrícolas, incursionando en el cultivo de café y cítricos, y en la práctica de la ganadería. Esta familia fue propietaria de la hacienda hasta 1939.

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Ex Hacienda de La Orduña, 1939

A principios del siglo XX el edificio de un solo piso había sido totalmente renovado y se convirtió en la elegante hacienda de dos pisos y amplias terrazas que se conoce hoy. Antes de 1920 en la Hacienda de La Orduña había aproximadamente 80 peones acapillados, quienes vivían alrededor de la casa de la hacienda. Trabajaban, principalmente, en el ingenio y en el beneficio de café. A partir de 1922, la Reforma Agraria comenzó a afectar las tierras de la hacienda. En un lapso de 17 años se redujo su superficie de cinco mil 334 a 300 hectáreas. En 1939, fue comprada por Rafael Murillo y un año más tarde el ingenio cerró, finalizando con 340 años de producción azucarera. En la segunda mitad del siglo XX, la propiedad cambió de dueños en varias ocasiones: fue dividida y alquilada como vivienda, llegando a ser ocupada hasta por cinco familias al mismo tiempo; luego fue hipotecada, embargada y rematada. En 1977, la propiedad fue vendida por remate a José Lozano. En 1997, fue comprada por la Coca-Cola, interesada en instalarse en el predio sobre todo porque tenía acceso a un gran cuerpo de agua. Sin embargo, el casco de la hacienda no fue intervenido ni mantenido por la trasnacional. En el 2002, el gobierno del estado de Veracruz compró el casco de la ex hacienda para luego cederlo en comodato a la asociación que se llamaría La Ceiba Gráfica.